16 de julio de 2018

Viajero en la sierra


La camioneta tipo van se detuvo poco más delante de nosotros. “Espero que no sea un loco” –dijo mi amiga. Yo me acerqué y le dije que si nos podía llevar, que íbamos a Oaxaca centro. Pero el hombre sólo nos miraba. “¿Para dónde vas, amigo? Nosotros queremos ir al centro de Oaxaca” –dijo mi amiga. El hombre sólo decía “ok” e hizo una seña de que nos subiéramos. Mi amiga se subió adelante con el buen hombre y yo atrás. Los asientos estaban ocupados con un montón de ropa, una malata, platos, cobijas... “Gracias amigo, me llamo Haile” –dije y le estiré la mano. “John” –contestó, sin estrechar mi mano. En el piso de la camioneta pude ver un pasaporte. El hombre no hablaba español, así que intenté hablarle en inglés. “¿Where do you go?” –pregunté, sin saber si estaba formulando bien la pregunta. “(…) pacific” –alcancé a entender. “Creo que va a recorrer toda la costa del pacifico, se nota que está viajando” –dijo mi amiga. “Ah, y ¿where you from?” –pregunté. “From Canadá. I (…) chicago (…) california, and now México” –alcancé a entender.


     “Habría sido una locura intentar caminar todo esto. ¿Ya viste cuanto llevamos? Y creímos que el próximo pueblo no estaba tan lejos” –le dije a mi amiga luego de treinta minutos subiendo la sierra oaxaqueña. John se detuvo, tomó una bolsa que estaba junto a mí y de ella sacó tabaco. Se empezó a forjar un cigarrillo. Entonces, en español intentó explicarnos que llevaba mucho tiempo conduciendo y que ya estaba cansado. “Yo manejo” –dijo mi amiga. John aceptó e intercambiaron lugares. Le presto mi trola a John para encender el cigarrillo. Voltea a verme y me dice: “¿Sabe manejar?” “Sí, claro que sabe hacerlo” –contesto. Mi amiga sólo pide un par de indicaciones para conocer el carro, que si cuál es el freno, que si cuál el clutch. “¿Puedes hacerlo?” –le pregunto. Y me dice que sí, que es la primera vez que conduce por la sierra oaxaqueña y que era algo que hace mucho que quería hacer. “Me voy a ir despacio, ¿está bien?” –pregunta mi amiga. Pero yo respondo como si me hubiera preguntado a mí. “She will drive slow” –digo con mi mejor inglés. “Va a conducir lento, ¿it´s ok?” “Yes” –contesta John y fuma de su cigarrillo. Cinco minutos después se duerme y mi amiga me cuenta su emoción por estar conduciendo esa carretera.


     Contemplo por la ventana la sierra tan verde, cubierta de niebla. Imagino a los animales y a las personas que viven por aquí, su modo de vida, sus alimentos, sus diversiones y pasiones, sus problemas y sus sueños. ¿Qué hago aquí?, me pregunto. No me pregunto cómo llegué aquí, pues era obvio que estaba caminado por la carretera sin saber a dónde estaba a punto de meterme. Tampoco me pregunto para qué estoy aquí, tal vez porque si no sé cómo llegué hasta aquí, menos voy a saber para qué estoy aquí. Ciertamente no estoy aquí para nada, no tengo ningún trabajo que hacer, estoy de paso, soy un viajero, nada más. Pero sí puedo preguntarme qué hago aquí, no sólo como actividad sino también como duda existencial. 

     Por lo pronto, me abruma la belleza de la sierra. La miro y me sonrojo y me rio. Me pego a la ventana, sacudo mi cabeza para despertar mi atención, abro todo lo que puedo mis ojos como queriendo no perderme nada, ni un momento. Una sensación de energía sacude mi cuerpo. Luego, se escapan lágrimas de mis ojos. Pienso: “en este momento y en este espacio la vida es plena, estoy gozando estar vivo”. No dejo de contemplar la sierra, los arboles de la carretera, las pocas personas. Soy un viajero que busca paisajes y experiencias sublimes, eso hago aquí, pero sin saber que aquí encontraría uno. Pienso: “sería perfecto que en todo momento y espacio pudiera mantener el estado en el que me encuentro ahorita”.


     Desde antes de aquel viaje lo sabía, pero en ese momento lo entendí. Desde entonces viajo por muchas causas y en busca de muchas cosas, pero sobre todo me interesan los paisajes. Busco paisajes porque me producen placer. Puedo viajar sin causa alguna y sin andar buscando algo, y estoy seguro que en mi camino encontraré un paisaje sublime que desborde mi entendimiento y me regocije en placer. Como la sierra, tan verde cubierta de niebla. Hay más cosas en el mundo por las cuales vale la pena existir, viajar, sentir, pensar. Pero como viajero espontáneo de lugares del mundo, el placer, el goce y la alegría que me producen los paisajes sublimes lo valen todo. Es esos momentos, vale la pena vivir.
Compartir en:    Facebook Twitter Google+

2 comentarios:

  1. ¿Cuál es el siguiente destino, poeta de ninguna parte?

    ResponderBorrar
  2. No sé, querido lector, cuál sea mi siguiente destino.
    Pero, ¿por qué no me propones un lugar y nos vamos juntos?
    ¡Escríbeme!

    ResponderBorrar