Pio de Mauleón, escribano de
enamoradas cartas, redactó un ensayo sobre la desgracia en el amor cuyas
primeras palabras elucidan los versos de una poetisa. Ella escribe sobre la muerte que causó la falta de
respuesta a una carta salpicada de lágrimas. Prosiguió con los relatos de la
literatura para ilustrar su experiencia: Fausto y Helena, Dante y Beatriz. Pero
cuando Pio terminó de leer sus páginas un pedazo de vida se le escapó en un
suspiro. Recordó entonces a la mujer.
El vacío dejado por el pedazo de vida que escapó es doloroso. Pio
enfermó del espíritu hace mucho tiempo, cuando no recibió respuesta a una carta
salpicada de lágrimas. Pero ahora el dolor incrementa en la medida en que es
rechazado por la misma mujer que no respondió su confesión. La historia que
inquieta su espíritu constituye una desgracia monumental. Ella brilla, es como
el sol que desaparece las estrellas cuando salta a nuestra vista. Cada vez que
Pio se encuentra con la mujer ésta lo deja alucinando, pierde el equilibrio y cae
de espaldas. Esa mujer esplende. Es lo más asombroso que ha visto en su vida.
¿Por qué no soy digno de ella? –se preguntaba Pio sumido en la soledad
de su habitación oscura-. ¿Qué tienen los hombres que dichosos han compartido
un poco de su vida que no tenga yo? ¡Ellos no saben lo que han recibido cuando
la mujer los ha besado! Para ellos esta mujer no esplende, sino que ha sido pasajera.
¡Idiotas! ¿Acaso soy el único desgraciado que da cuenta del brillo de esta
mujer? Esplende como se supone esplendería Dios. Cuando la veo no puedo sino
caer de rodillas asombrado, como cuando se contempla lo sublime.
Sublime es el cosmos infinito y la vista que desde las alturas
ofrecen las montañas. Belleza es la lluvia ligera y un rostro femenino bonito. La
mujer que esplende desborda mi entendimiento y es tan linda que, como las
estrellas, no se puede dejar de verla.
¿Por qué soy indiferente para la mujer que esplende? –se lamentaba Pio
recostado en el frio suelo de su habitación oscura-. Del mismo modo en que el
cosmos seguirá siendo y nada pasará si muero, soy yo de insignificante e inútil
para la mujer que esplende. ¡Ay! Si tan sólo una oportunidad de conocerla
tuviera… ¿Cuáles son las virtudes de las que carezco para que me considere la
mujer que esplende contingente?
Pio devastado en tristeza paseó sus enamorados ojos por sus vastos
libros. Nada podían decirle ya porque él no quería escuchar. Sostuvo entre sus
manos unas inéditas y extrañas hojas blancas. Una lágrima resbaló por su mejilla
y cayó en ellas.
Todo lo que esperes será poco –susurró Pio para sí mismo, como si ahí
estuviera ella-.
hailecontubernio@gmail.com
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